





Hoy era el día en el que tenía que publicar la primera entrada de este blog y, días atrás, pensando qué sentido darle, escribí una batería de temas de los que me gustaría hablar en las próximas semanas. Quería hablar de arte y de diseño, pero también de otras cosas tal vez más personales, cosas que llaman mi atención, de viajes... En fin, una mixtura que fuera fiel a lo que soy.
Tenía pensado un primer artículo, incluso ya tenía todo el material gráfico seleccionado y sólo me faltaba redactar -que lo iba a hacer de hecho ahora mismo-, pero en mi rutina de prensa y café de cada mañana, me he topado con la inesperada muerte de la arquitecto Zaha Hadid justo antes de empezar a teclear y esto me ha hecho cambiar de idea y darle prioridad. Todo pasa por algo, así que dejaré el otro post para la próxima semana.
Admiro a Zaha Hadid por muchas cosas, primero por su visión de lo que un edificio debe ser, por su concepción de los espacios y las formas, por la maleabilidad con la que dota sus propuestas, los colores, los materiales... Ella, junto a otros muchos, despertaron en mí una pasión latente por la arquitectura que en algún momento dado me tuvo a un pie de ser arquitecto de no haber optado, finalmente, por la comunicación. Tal vez, esa pasión es la que me trajo a Nueva York.
Pero también, y sobre todo, admiro a Zaha Hadid por su condición de mujer árabe. Sin hacer una inmersión demasiado profunda en esta condición, basta decir lo que supone que una mujer iraquí alcance el reconocimiento mundial en base a su trabajo, a su labor creativa.
Hoy, con motivo de su muerte, su figura se vuelve aún más visible si cabe y el mundo no debe hacer sino aprovechar para celebrar el paso de su prodigiosa mano por el campo del diseño y la arquitectura. Y citando un comentario que el fotógrafo brasileño Guilherme Licurgo ha hecho al respecto de su muerte en mi Instagram, con su desaparición "este mundo se vuelve aburrido".
¡Gracias, Zaha!